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Los ungulados se enseñan unos a otros cómo migrar largas distancias

  • Jason G. Goldman (original en inglés traducido por
  • 31 oct 2018
  • 4 Min. de lectura

Las borregas cimarronas migran en largos viajes, siguiendo una ola de verde a medida que las plantas cobran vida. El instinto no enseña esto, pero la cultura sí.

Imagen de Robbie George (Colección Nat Geo)

Las grandes migraciones son uno de los grandes espectáculos de la naturaleza. El ñu y la cebra persiguen las lluvias a través del ecosistema Mara cada año, las mariposas monarca recorren un camino de México a Canadá y viceversa, y pequeñas aves cantoras vuelan sin parar durante días a la vez. Y ahora las científicas están empezando a descubrir cómo saben dónde ir y cuándo. Algunas de estas animales, según encontraron, tienen sus rutas de migración escritas en sus genes. Un pájaro cantor en un laboratorio, sin haber visto nada del mundo natural, todavía intenta iniciar la migración en el momento adecuado del año y en la dirección cardinal correcta.

Pero los mamíferos grandes como los borregos cimarrones y los alces son una historia diferente. Las investigadoras de vida silvestre han sospechado durante mucho tiempo que requieren experiencia para migrar de manera efectiva, que sus viajes anuales son el resultado de aprender unas de otras, no de herencia genética. Un nuevo estudio, publicado el jueves [7 de septiembre de 2018] en la revista Science, sugiere que esas corazonadas pueden ser correctas: algunas animales deben aprender a migrar.

La existencia de información y conocimientos colectivos, que pueden pasar de animales más viejas a otras más jóvenes, es una forma de "cultura", explican las investigadoras. Y cuando las animales aprenden como resultado de la interacción social y la transferencia de esta información, eso es un tipo de intercambio cultural, en lugar de genético.

En las montañas y llanuras de América del Norte, manadas masivas de ungulados (criaturas con pezuñas, como caribúes, alces, antes y borregas cimarronas) migran desde los lugares de reproducción de gran altura a las alturas más cálidas y bajas durante el duro invierno, siguiendo el crecimiento de nuevas zonas verdes. Las ecólogas llaman a esto "surfear la ola verde", y el nuevo estudio encuentra que las borregas cimarronas y las alces tienen que aprender a surfear.

Las madres saben más

Debido a la caza de mercado y la transmisión de enfermedades de ovejas domésticas, las poblaciones de de borrego cimarrón comenzaron a caer en picado a fines del siglo XIX. A partir de principios de la década de 1970, funcionarias de vida silvestre y grupos de caza comenzaron a restablecer las poblaciones de ovejas silvestres al trasladar a los individuos de los rebaños sobrevivientes a áreas que alguna vez fueron parte del rango histórico de la especie.

La historia de estas translocaciones, combinada con la nueva tecnología de rastreo por GPS, permitió al ecologista de la Universidad de Wyoming Matthew Kauffman y su equipo rastrear el desarrollo de los comportamientos de migración. Dirigido por el estudiante graduado Brett Jesmer, el equipo colocó collares de GPS en 129 borregas cimarronas de poblaciones establecidas hace al menos doscientos años, junto con 80 ovejas y 189 alces que se habían trasladado recientemente.

“Con los ungulados, la idea era que no hay un programa genético. En su lugar, simplemente tienen que aprender a hacer esto ", dice Kauffman. Y si ese es el caso, dice, las animales que se han movido no deberían migrar, porque aún no habrían aprendido una nueva ruta de migración.

Eso es exactamente lo que encontraron.

“Con las borregas cimarronas y las alces, y esto también es cierto para las ciervos y las antes, las jóvenes dependen en gran medida de sus madres. Durante casi todo el primer año de vida, básicamente están siguiendo a la madre”, dice Kauffman. "Así que están desarrollando esta memoria espacial de la ruta de migración de mamá". Y de las 80 ovejas translocadas, solo siete intentaron migrar, y se trataba de individuos que se integraron en rebaños preexistentes de varios cientos de ovejas migratorias. Eso sugiere que el conocimiento de la migración se puede transferir horizontalmente, entre adultas, no solo verticalmente, a través de generaciones.

Esto no quiere decir que los ungulados no puedan tener una motivación innata para buscar nuevas oportunidades. El problema es saber cómo hacerlo mientras una se mantiene segura. "Saber cómo ir de A a B generalmente implica cruzar algunos hábitats donde hay un mayor riesgo de depredación, donde las condiciones de forraje no son muy buenas, por lo que las animales necesitan saber dónde ir", dice el biólogo Marco Festa-Bianchet de la Universidad de Sherbrooke, que no fue parte del estudio. "Esa es la parte que necesita ser aprendida".

Aprendiendo a navegar

Una migración óptima se alinearía precisamente con el pico de la onda verde, con las animales moviéndose a nuevas áreas tan pronto como la vegetación comienza a crecer, mientras que también evitan las áreas de riesgo llenas de depredadores. El nuevo estudio muestra que las ovejas y las alces aprenden a optimizar nuevas rutas a lo largo del tiempo; cuanto más tiempo sobrevive una población en un nuevo hábitat, más efectivamente podrán navegar sus miembros.

Aquellas animales que arriesgan una estrategia de migración más eficiente sobreviven más tiempo y dejan más descendientes. Las jóvenes aprenden a migrar de sus madres y adquieren nuevos conocimientos en el camino para refinar aún más sus estrategias de migración. En conjunto, esto significa que la migración ungulada es una forma de cultura acumulativa —dice Kauffman—, un sistema de comportamientos que se transmite de generación en generación, y en que cada cohorte se basa en el conocimiento de sus predecesores.

Sólo hay un problema: para un rebaño de borregas cimarronas recién trasladado, podrían pasar 50 o 60 años antes de que la mitad del rebaño adquiera la capacidad de navegar la ola verde. Para las alces, quizás porque son criaturas más solitarias con menos oportunidades para el aprendizaje social, podría llevar un siglo o más. “Las reintroducciones de vida silvestre, para todo tipo de especies diferentes, a menudo fallan. Esto nos da una idea de por qué fallan", dice Kauffman. "Fracasan, en parte, porque las animales no tienen conocimiento sobre cómo explotar nuevos paisajes".

Entonces, cuando un camino, una cerca o un nuevo desarrollo de viviendas interrumpe una vía de migración establecida por los mamíferos, hay consecuencias no solo para la supervivencia de la manada, sino también para su conocimiento colectivo. Y si las estrategias de mitigación, como las cercas amigables con la vida silvestre y los pasos superiores e inferiores de carreteras, no se implementan con la suficiente rapidez, podrían pasar décadas o incluso un siglo antes de que la población pueda recuperarse.

Artículo original en inglés:

 
 
 

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